La prudencia y la sensibilidad no son atributos de Emilio Lozoya

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FUENTE:EL FINANCIERO/DARÍO CELIS

QUIENES CONOCEN A Emilio Lozoya Austin no les extraña que, sabiendo a lo que se podría exponer, saliera tan campante a cenar al Hunan de Lomas de Chapultepec hace ocho días.

La prudencia y la sensibilidad no se le da al ex director de Pemex. Menos la diplomacia pero, paradójicamente, él se ha sentido diplomático desde antes de ser alto funcionario de Enrique Peña Nieto.

Cuando entre 2006 y 2009 Lozoya estuvo en Estados Unidos como Director en Jefe para América Latina en el Foro Económico Mundial, junto con su amigo Froylán Gracia Galicia, quien era consejero en la Embajada de México en Washington, organizaba fiestas de antología.

Terminaban en borracheras y su finalidad era establecer relaciones o gestionar asuntos con gente de la representación diplomática. Ya desde entonces, y hasta que estuvo al frente de la petrolera paraestatal, a Lozoya le gustaba que le llamaran “Embajador”.

También de ahí viene la afición de Lozoya y Gracia, a quien nombraría Jefe de la Oficina de la Dirección General de Pemex, para operar reuniones de negocios con alcohol de por medio.

A inicios de 2016, el presidente Enrique Peña Nieto realizó una gira a cuatro países del mundo árabe, a la que insistentemente se sumó Emilio Lozoya, quien todavía fungía como director general de Petróleos Mexicanos.

Fue en la segunda quincena de enero: la caída en los precios del petróleo, junto con la de la popularidad del presidente Peña y su gabinete, enmarcaban una muy cuestionada visita a Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Qatar.

Una nutrida comitiva acompañaba a Peña Nieto. Sin embargo, alguien quería destacar por encima de sus compañeros: Emilio Lozoya Austin, quien pretendió pasar en esa gira como Canciller, haciendo a un lado a la entonces secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, y a su subsecretario, el embajador emérito Carlos de Icaza.

Ya en Riad, los funcionarios mexicanos fueron acomodados en distintas instalaciones, una más lujosa que otra, aunque muy lejos de la novedad y la fastuosidad de los demás países que se visitarían.

Peña y su grupo más cercano, entre ellos Lozoya, ocuparon un palacio majestuoso. El hoy perseguido ex funcionario se sentía como pez en el agua: entre lujos y comodidades, haciendo creer al mundo árabe que él era amo y señor en tierras aztecas.

La Cancillería había gestionado, como usualmente se estila en una visita oficial, un intercambio de distinciones. En el caso de México se entregó la Orden del Águila Azteca al mandatario saudí, Salman bin Abdelaziz, quien a su vez condecoró a Peña Nieto con la presea del Rey fundador de Arabia Saudita.

Lo que no era usual fue que se condecorara a un Jefe de Estado que practica regularmente la pena de muerte con ejecuciones públicas.

Justo una semana antes de aquella visita, en la plaza de las ejecuciones de Riad, conocida como Chop Chop Square, tuvo lugar la decapitación de 23 personas por diversos delitos.

Basta recordar que durante toda la administración peñista la principal preocupación durante los viajes internacionales eran las manifestaciones en contra las violaciones a los derechos humanos en nuestro país, particularmente el caso de los desaparecidos.

Pero eso no fue todo: por no dejar pasar su distintivo diplomático, en Dubai Lozoya protagonizó una borrachera que enojó a Peña Nieto y que terminó teniendo hasta la coronilla a toda la comitiva, particularmente a Ruiz Massieu y a Ildefonso Guajardo, entonces secretario de Economía.

La “mala” prensa nacional e internacional fue implacable con Peña Nieto y lo acompañó durante toda la gira árabe causando la peor incomodidad entre el Presidente, por la conducta del director de Pemex.

El mal ambiente que Lozoya se hizo dentro de la comitiva oficial provocó que fuera exculído del avión presidencial a su retorno a México, situación que aprovechó para dar un paseo extra por Europa, en una cómoda aeronave privada.

Días después, y en medio de acusaciones de corrupción, Lozoya fue cesado, para beneplácito de Luis Videgaray, quien se ufanaba de ser el poder detrás del trono.

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